La música no solo se escucha: también moldea el cerebro, especialmente cuando se ejecuta activamente.
Aprender a tocar un instrumento musical es una de las actividades más completas para el cerebro. No solo implica coordinación física y percepción auditiva, sino también habilidades cognitivas, emocionales y sociales. Investigaciones de Harvard y del MIT han mostrado que músicos habituales presentan mayor densidad neuronal en áreas relacionadas con el lenguaje, la memoria y la motricidad fina.
Incluso en adultos mayores, empezar a tocar un instrumento puede mejorar la plasticidad cerebral y retrasar el deterioro cognitivo. Además, tocar música activa el sistema de recompensa del cerebro, liberando dopamina y reduciendo los niveles de ansiedad.
No es necesario aspirar a ser concertista: basta con tocar por placer, aprender algunos acordes o seguir el ritmo de una canción favorita. La música, cuando se crea, también se transforma en salud.